Triángulos y poder – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

No cabe la pomposidad en el lenguaje político cuando la situación de los ciudadanos está color de hormiga amazónica en celo y, menos, cuando  lo que se siente en la calle es un disgusto y desasiego superlativos, un hartazgo dispuesto a todo. No cabe el discurso rococó en boca y textos de analistas y doctos cuando se les nota a leguas que están perdidos en el laberinto y no atinan a descubrir cómo va a decantar todo el despelote y, menos, en qué va a derivar este desmadre que llamamos crisis venezolana. Y muchísimo menos cabe la propuesta grisosa, grasosa, indefinida y sin cotas que nos pone en el mero medio de una mediocridad, que lejos de solucionar agrava más,  como es la promesa básica de la muy almohadada «mesita». 

Sigo sin entender qué diantres hacen Luis Augusto Romero y Españita, ambos jóvenes capaces e inteligentes (y políticos del siglo XXI), en ese grupete de políticos de papadas acuosas que guindan e ideas anquilosadas y tan poco creativas que solo nos recuerdan que llevan repitiendo lo mismo desde los años ochenta. Sí, llevan años brincando de un partido a otro, de fracaso en fracaso. Luis y Españita pierden mucho en esa fotico y supongo que no pasará demasiado tiempo antes que entiendan que ser cachorros de perros viejos no es respeto a la veteranía, es caminar hacia el pasado.

En fin, la situación del país  luce de nado en un pantano. La palabra «cambio», de suyo tan atractiva por esperanzadora,  parece hoy carente de  contenido  y eso no es bueno. Seguramente la solución no está en todo lo que se ha intentado hasta ahora sino, antes bien, en probar caminos novedosos inexplorados. No se trata de cambiar de actores, liderazgos y voceros. Porque no es cuestión del quién sino del cómo y, en buena medida, también el qué. No es asunto de decir lo mismo de modo distinto, porque eso sería suponer que el maquillaje y el traje hacen al actor.

Por supuesto, no es fácil hacer nuevos planteamientos (y conseguir comunicarlos) cuando en la escena está un régimen que ya no tiene remilgos en mostrarse como lo que es: una tiranía feroz y falaz que se ha apropiado de la mayor cantidad de medios y redes. Y tampoco es fácil navegar en el pantano donde unos oportunistas, prevalidos de poder ungido por el régimen y que cuentan hasta con un canal de televisión, se creen en el poder de negociar por un grueso porcentaje de la ciudadanía, sin que esos ciudadanos los hayan elegido para ello.

Para marcar claramente la diferencia entre el mecanismo Oslo-Barbados y «la mesita» hay que hablar del origen. Los emisarios de la oposición en Oslo y Barbados fueron designados por Guaidó, quién fue elegido presidente de la AN, organismo que fue elegido directamente por el pueblo. Es decir, legitimidad de origen. Incluso si no se reconociera a Guaidó como presidente (E), por su carácter de presidente del Parlamento está facultado para designar emisarios, a menos que la mayoría calificada de la AN le hubiera ordenado que no designara a esos emisarios en particular y le hubiera exigido plantear otros o directamente mandado designar a unos especificos con nombre y apellido. No así esa «mesita», que es un ente autodesignado, sin aval alguno de legitimidad de origen en urnas electorales. Seis diputados y unos cuantos liderazgos sin cargos de elección popular no pueden pretender imponerse a juro. Porque en realidad no están pasando por encima de la mayoría de los diputados; están pretendiendo estar por encima del pueblo. Y eso es un mayúsculo disparate, un absurdo descomunal. 

Muy diferente cosa  hubiera sido si estos señores de este ente se hubieran acercado a los noruegos  y se hubieran ofrecido como ayudantes en la facilitación. Pero el objetivo político de «la mesita» no es conseguir un «acuerdo nacional»; es sustituir a la oposición formal estructurada y con legitimidad de origen, bajo el argumento de que esa oposición, como no ha obtenido el objetivo deseado, ha perdido legitimidad de desempeño y, ergo, debe ser sustituida por ellos. De allí que digan que han tenido grandes logros, aunque no haya tales.

Esto se trata de los triángulos. Del tipo de triángulo y del poder en los vértices. Chávez llegó a vivir un ejercicio en un triángulo escaleno. Arriba, él, al final del lado cortó la oposición y al final del lado largo el pueblo. Las dimensiones fueron cambiando con la muerte de Chávez y el advenimiento de Maduro. Ahora es un triángulo equilátero; en un vértice, el régimen, en otro la oposición y en el tercero el pueblo. La oposición quiere sustituir al régimen. Ciertamente no lo ha logrado. Y al régimen no le sirve este equilátero. Va en contra de su estilo autoritario y, además, está en perpetuo riesgo dada la precaria situación socioeconómica e institucional. Ahí es donde cobra importancia «la mesita», pues si ésta sustituye a la oposición estructurada actual, el triángulo se convierte en isósceles. Conveniente para el régimen. No tiene ni siquiera que financiarla o convertirla en colaboracionista. Le basta con dejarla hacer.

Así las cosas,  ahí está «la mesita», con un sorprendente poderío comunicacional (Globovisión es ahora LaMesitaTv), esparciendo medias verdades y reinterpretando (mal) los conceptos. Escribiendo pues un conveniente glosario. Un ejemplo claro de ello es su insistencia en que el mecanismo Oslo-Barbados se basa en el «todo o nada». Eso es simplemente mentira. El principio establecido es «nada está acordado hasta que todo esté acordado». Eso es muy diferente y tiene enormes virtudes, entre ellas que no plantea falsos dilemas. Porque el «nada está acordado hasta que todo esté acordado» es en realidad subir la escalera por peldaños. Peldaño, acuerdo, peldaño, acuerdo. Hasta llegar al final superior de la escalera. El sistema de acuerdos parciales (marca «la mesita») es inoperante, torpe y tonto cuando estamos frente a un régimen que no titubeará al solo impulsar acuerdos de poco valor o, peor aún, incumplir un acuerdo o cumplirlo a medias. Pocos presos políticos han sido excarcelados (no liberados), la fracción del Polo Patriótico se incorporó a la AN pero a ésta no se le ha suspendido el desacato, por solo mostrar dos ejemplos de la falsa eficacia de «la mesita». 

Es no solo posible sino probable que se reinstaure el mecanismo Oslo, más aún considerando lo que la comunidad internacional está viendo en América Latina y las imprevistas explosiones en el ánimo.  Los radicales del régimen y de la oposición tendrán que reevaluar sus posiciones. Seguramente las propuestas de oposición y régimen tendrán cambios. Hay que entender que el escenario no es el mismo que cuando las reuniones en Oslo y con posterioridad en Barbados. Pero una cosa tiene claro el grueso de la oposición estructurada: con la AN en estado de desacato no es que el juego se tranca, es que es un juego imposible y extremadamente destructivo, para todos, y también para el régimen. 

Lea también: «Todo ‘dentro de la cajita’«, de Soledad Morillo Belloso

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