Una mujer excelente – Soledad Morillo Belloso  

 

Por: Soledad Morillo Belloso

Han pasado largos años de esta lenta, constante y sistemática destrucción del país. Hemos visto cómo quiebran y semk9HMijk_400x400 cierran empresas, cómo las calles, carreteras y autopistas, que alguna vez fueron las mejores de América Latina, se fueron poblando de huecos y se tornaron en asiento de tugurios. Hemos atestiguado la muerte de cientos de miles de venezolanos caídos por la acción de la delincuencia y la inacción de un Estado que cree que cuidar a la gente no le toca, que es «asunto de otro». Hemos escuchado las historias más horrorosas de sufrimientos y calamidades. Hemos tenido una paciencia que raya en la franca estupidez. La historia dirá que fuimos más tolerantes de lo que más sana prudencia aconseja. Hemos esperado sin éxito que un régimen al fin rectificara y entendiera que no se puede gobernar desde el odio y que el resentimiento y el arrase no pueden ser políticas de Estado.

Pero todo tiene un límite. Pasa hoy lo que inevitablemente tenía que pasar. La gente del común, esa misma que puso su guacal de esperanzas en esta aventura, se hartó. Se hartó de las colas, del desprecio, de la desidia y la negligencia, de los gritos y la andanada de insultos transmitidos a toda hora en cadena nacional. Se hartó de las mentiras que repetidas mil veces lucieron como verdades y nunca lo fueron. Se hartó de las bofetadas a su ingenuidad y su decencia, de ver cómo en sus propias narices unos pocos se hicieron multimillonarios a punta de robarnos lo que por derecho era nuestro y a costa de crear pobreza y superviviente de esa situación. Hay hartazgo. Simple y llano. El venezolano del común se hartó del desperdicio de oportunidades, del egoísmo y la hipocresía. Se hartó de las mujeres del régimen exhibiéndose con ropa  y joyas de altísimos costos, de las camionetas y carros de lujo asiático que recorren las vías mientras millones de venezolanos hacen interminables colas para comprar, a precios estrafalarios, productos de quinta categoría, si los hay y cuando los hay.

Acaba de fallecer una mujer excelente. No es una frase hecha referirse a ella como una venezolana de excepción y tanto menos cuando los venezolanos de excepción van escaseando. Vivió sus últimos años afectada de salud del cuerpo y salud del alma. Le dolía su familia, le dolía el país. Muere sin ver cumplido su más caro deseo: una Venezuela de la que nadie se quiera ir y a la que deseen regresar todos los han tenido que irse. Edificó  su familia con ladrillos de amor, valores y principios. Segura estoy que está en el cielo. Deja enseñanzas que haremos bien en practicar. Estuve en su casa aquel aciago día del intento de golpe de estado de febrero de 1992. Recuerdo sus palabras ese día: “estos… se van a montar, si no hoy o mañana, pronto”. Mujer de talento inusitado para leer la conciencia y los dolores de Venezuela, me dijo: “y harán mucho perjuicio».  Fue así.

A mi querida Ana Cecilia le dedico mi voto el 6 de diciembre. Es mi humilde pero sincero homenaje a ella.

soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

 

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