¿Viaje al fin de la noche? – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Fernando Rodríguez

Vaya sorpresa el viaje de Guaidó. ¿Qué se puede decir? Nada, de mi parte, si es que hay un trasfondo oculto. Ese deporte que en este caso obliga a descifrar de que algo debe tener que ver el audaz viaje con la entrevista de Maduro a The Washington Post, su expreso deseo de dialogar con los gringos y su ofrecimiento de pingües ganancias para sus petroleras, lo último a la manera de la Operación Alacrán; o con que Pompeo dijo que esto hay que arreglarlo pronto; y el mismísimo Trump, que algunas veces hasta dice verdades, habló de felices nuevas para nuestra libertad, entonces nada, decidí retirarme de los análisis detectivescos y premonitorios después de las batallas de Cúcuta y La Carlota, que estoy seguro de que no entenderé nunca.

Pero hay cosas que no necesitan informaciones secretas o discretas, que uno ve directamente, por ejemplo que es un viaje de muy de alto coturno, muy importante y atinado y que le dará mucho lustre como primer magistrado interino. Palacios de gobierno, parlamentos,  abrazos y conversas en voz baja con líderes nacionales primermundistas y hasta continentales; discurso en Davos para presidentes, milmillonarios y figuras de la élite planetaria, hasta la misma Greta, empeñada en salvar el clima y la especie. Eso está muy bien y le recuperará muchos de los puntos perdidos según las encuestas que, sin embargo, precisemos, no le quitaron nunca el ser el único líder opositor viviente. El gobierno, del otro lado del río, no tiene líderes sino charreteras y grandes vividores.

Maduro parece que ripostó a esta cachetada nombrando algo parecido a ministro «por amor» al embajador de Cuba, la muy sufrida pisada, pobre y querida isla, que transporta sus productos agrícolas con tracción de sangre, como hace un siglo por lo menos. Y a Raúl lo tituló como gran protector de la revolución de los carteles. Algo es algo. También, a lo mejor, con el anuncio de la reunión del carcomido Foro de Sao Paulo, donde brillan partidos trotskistas, productos de sucesivas divisiones o algún maoísta paraguayo, también engendro de cruentas batallas dialécticas. Además, allí sí brilla Maduro, es su especialidad, profanó la inmunidad de otro parlamentario y lo encarceló y se metió a saco en la oficina privada de Guaidó. Algo había que hacer para responder al oprobioso viaje que Cabello, el pensador, consideró al principio como intrascendente, lo cual no sonaba con tantos clarines y reflectores.

Queda por ver el retorno del guerrero. ¿Lo dejarán en paz como la vez anterior en que lució su valor y su contubernio con el pueblo? La verdad es que no tengo idea. Es probable que tenga que ver con esa madeja posible, de la cual nada conozco, repito, con un mínimo de veracidad. ¿Y si no existiese? Es realmente interesante el asunto. Sea lo que fuese hay que felicitar a Guaidó por su osadía que, sin duda, lo pone en primer plano para comenzar su segundo round, 2020, después de que los buitres del gobierno y alimañas autoproclamadas opositoras creían acabado su reino. Ojalá y la próxima semana todos podamos tener mayores certezas y alguna esperanza, que tanta falta hace.

NB. Como quiera que al menos el final de mi artículo del domingo anterior resultó algo hermético según algunos, lo sintetizo en este: yo no descarto que se vaya a elecciones, aun en condiciones poco deseables. Lo que quería decir es que después de la inigualable bellaquería del gobierno en la Asamblea, casi sin precedentes, no debería vocearse siquiera la cuestión electoral. Pero no negaba que pudiesen cambiar los vientos, este gobierno es esquizofrénico, valga decir, loco de bola y solo atiende a la lógica de sobrevivir con su botín. Puede agarrarse otro día de otra balsa. Y, por último decía, que no cayésemos en la trampa de que hay que ir a elecciones así sea de rodillas, porque la abstención es fatal, pues arrastrándonos no. Y de ser así seguiremos peleando, así sea como Sísifo, es un imperativo. En adelante trataré de ser más claro, son rémoras que me dejó el oficio de dar clases de filosofía toda una vida.

Lea también: «La razón y la traición«, de Fernando Rodríguez

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