When I’m sixty four – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Es un cliché la deshilachada frase  «la vida es tan corta…». Por el contrario, la mía me ha parecido larguísima. Acaso porque la he vivido intensamente. La he exprimido hasta la última gota. Si la vida es una fruta, pues yo me la he comido hasta el carozo. 

Seguramente me he llenado el cerebro de conocimientos inútiles. Siempre he creído que el saber no pesa. Entonces, qué  importa. Sigo haciendo a diario el ejercicio de aprender una nueva palabra, sea culta o del vulgo. 

Profesionalmente, soy respetada. Eso vale más para mí que grandes ingresos que pude acumular y que hoy no están en cuentas de banco. Familiarmente, le dediqué a los niños de mi familia calidad y cantidad de atención. Ahora los veo grandes, hechos y derechos. Concluyo que valió la pena cada minuto que les dediqué. Para mí nunca ha habido ni habrá jamás algo más importante. Siempre he sentido lástima por la gente que no tiene o no quiere a la familia. A mí mi familia me importa, me conforta, me hace feliz. Y miren que no somos fáciles, porque no hay ni uno que no sea exigente.

Nada ha logrado llenar el vacío de quienes se fueron. Mis papás, mis hermanos, mis tíos, mis primos. Los quise tanto.  Los extraño, todos los días, todas las horas, todos los minutos. Es el precio que toca pagar por el amor que se recibió y se dio. He tenido la mejor familia que cualquier ser humano pudiera imaginar. 

Intelectualmente, he tenido una vida intensa. Tengo los dedos lisos de tanto teclear. He tenido la inmensa suerte de conocer gente impresionante. De muchas nacionalidades. De edades diversas. De tendencias contrapuestas.
Todo nutritivo. Eso sí, lo he proclamado y cumplido: con los pendejos ni a misa, porque se arrodillan cuando no tocan. 

Tengo maravillosos amigos. Los mejores. Son los hermanos que me dio la vida. Han estado a mi lado en las buenas y las malas.

Una de mis mejores amigas cumple años el mismo día que yo. Nos conocemos desde la infancia. Es una persona muy especial. Y aunque está físicamente a miles de kilómetros, siempre hemos sabido que entre nosotras se ejercita aquello de «usted puede contar conmigo». A ella la felicito de pie, y con aplausos.

No tengo ni la menor idea sobre qué me depara el futuro. Supongo que escribir, mucho. Trabajar, mucho. Luchar, mucho. Querer, mucho. Caerme, mucho. Levantarme de nuevo, mucho. Y ojalá la vida me alcance para ver a mi país sin el dominio de sátrapas. Libre, sonriente, pujante. Quiero levantarme un día y ver el fruto de tantos años de lucha. 

Ahora llego a «… When I’m sixty four…», esa cheverísima y premonitoria  canción de The Beatles.  La contabilidad no me pone en rojo. Eso es más de lo que muchos pueden decir. He llorado mucho; por eso tengo muchas canas. Pero reído muchísimo más; por eso tengo muchas arrugas. Sumo muchas más sonrisas que indignaciones,  más levantadas exitosas que caídas sin remedio, más risas que mojadas de ojeras. Mi «debe» y «haber» está a mi favor.

Mañana, 1 de febrero de 2020, llego a «sixty four». Con una nueva novela y un libro de incautos versos  próximos a publicarse. Me doy por bien servida. He dicho.


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