Las arcadias que se esfuman – Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

En la mitología, Arcadia era una región de la antigua Grecia que con los siglos se convirtió en un país imaginario. Allí reinaba la felicidad, la sencillez y la paz en un ambiente idílico de pastores en armonía con la naturaleza. Pues bien, no solo las arcadias utópicas se esfuman ahora con la durísima realidad de la epidemia de COVID-19. Las de papel también.

No creo que tenga mucho sentido querellarse con el Grupo Semana ni con la familia Gilinski, sus nuevos codueños. Sí, cerraron Arcadia, revista de la que fui suscriptor pago durante años y leía con agrado, pero ellos, aprovechando que la epidemia trae aparejada una dramática contracción económica, tal vez revisaron viejas cuentas, de repente deficitarias o poco rentables, y jalaron el enchufe.

Hay que ser muy claros —y vaya que yo lo sé bien, como fundador/director de El Malpensante—: publicar en papel una revista que se dedique al mundo de las artes y/o de la cultura en un país espiritualmente precario por el estilo de Colombia es una labor muy ardua, hasta el punto de que aquí hoy solo queda una de circulación nacional —ya la mencioné, El Malpensante—, al igual que dos o tres regionales valiosas aunque de circulación limitada. Cuando una de ellas deja de circular, la gente se pone brava, como pasó esta vez, si bien a la hora de apoyarlas o de sostenerlas por cualquier vía, así sea la más sencilla de pagar por una suscripción, la inmensa mayoría de la gente, incluso los considerados cultos, prefiere comprar una botella de whisky, pagando por ella más o menos lo que cuesta la suscripción anual a una revista.

Dicho lo anterior, si quienes publicamos revistas de papel estamos en aprietos, distamos mucho de ser los únicos. La crisis causada por la epidemia hace, por ejemplo, que la mayoría de ese 50 % informal de quienes trabajan en Colombia se vea con la subsistencia amenazada pues hay cantidades de actividades en las que los ingresos se esfumaron en un pispás. Parecida situación a la de quienes se dedican a producir lo superfluo, “aquella cosa tan necesaria”, como decía Voltaire. Sí, uno puede sobrevivir sin ir a restaurantes, sin asistir a conciertos u obras de teatro, sin ir al cine o sin comprar otras cosas que no sean comida o medicina. Pero vaya que quienes se dedican a ofrecer esas cosas y actividades están viendo el futuro inmediato tan negro como quienes trabajaban en Arcadia.

Lo cierto es que nos acabamos de estrellar contra la inminencia de un cambio. Dicho de otro modo, el mundo se recuperará, dejando por el camino bastantes muertos y todavía más gente vulnerada en sus antiguas certidumbres, lo que implicará reformas de fondo. El protagonismo indispensable del Estado en la actual crisis de seguro tiene con los pelos de punta a la derecha aquí y en otros países. Ha quedado claro que existen ciertas cosas que no las puede resolver la actividad privada; se necesitan opciones colectivas saludables, encarnadas muy en particular en el Estado. Sin duda, en los próximos meses se va a exagerar en esa materia. Al final ojalá lleguemos a un nuevo equilibro. Renacerán las actividades privadas, pero el método gringo de permitir que los empresarios dejen a la gente en la calle y sin nada de la noche a la mañana entrará en crisis. Dependiendo de los recursos disponibles, muchos países tendrán que fortalecer sus redes solidarias, a cargo, claro, de los impuestos que pagan sobre todo los más ricos.

 

 

 

 

 

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